Algunos dicen que los hombres no lloran, que eso es mostrar debilidad ante los demás, pero ¿Cómo alguien puede sobrellevar algo así sin derramar una lágrima? Doug. Ese era el nombre que resonaba por mi mente todo el tiempo, su risa, su frágil voz y su forma tan hiperactiva de llamar la atención. Mi hijo, nuestro hijo de Gabrielle y mío había fallecido y nuestro mundo se desmoronó en ese instante.
El día estaba nublado como si el cielo también se vistiera de negro para honrar a Douggie. No aparté mis brazos de Gabrielle en ningún momento y las personas alrededor solo eran un bulto entre la hierba, el padre y el viento.
Volvimos a casa y fui a hacerle un té a Gab, un tilo le vendría bien, estaba tan rota que no sabái como seguiría todo después. Yo sería fuerte por ella, por los dos, por Douggie. La pava hirvió y vertí el contenido sobre una taza para dejar reposar el saquito cuando oí unas pisadas alborotadas subir por la escalera. Hice lo mismo y vi la puerta del cuarto de Doug, abierta y con Gab dentro. Entré y la abracé por detrás. – ¿Qué ocurré, cariño?.